Cincuenta años después de que Umberto Eco se refiriera a los “apocalípticos” e “integrados”, su clasificación no pierde vigencia. Por un lado están quienes ante los cambios avizoran graves amenazas y sistemas económicos operando y, por el otro, quienes tienen una postura más benévola y consideran estos avances como conquistas de los diferentes tiempos. El autor italiano lo planteó para la comunicación de masas, pero hoy en día podría aplicarse para el debate en torno a la inteligencia artificial.
Mientras ambas posturas argumentan interesantes puntos de vista y obligan a los próximos desarrollos a tener en cuenta diferentes complejidades, la tecnología se incorporó a la vida diaria de las personas.
Veamos algunos ejemplos. Si alguien sale a correr siempre en el mismo horario, el día que se olvide de iniciar el cronómetro, el celular lo activará automáticamente. Si al subirse al auto prende el GPS para elegir el mejor camino, la ruta sugerida evitará las más proclives a los accidentes. Al sacar un turno médico, un chatbot responderá rápido y de manera eficiente. En todos estos momentos, la inteligencia artificial estuvo presente casi de manera imperceptible y resolvió situaciones bien concretas que no invitan a ninguna controversia.
Se podrían enumerar muchísimos casos del día a día así como también otros tantos que utilizan las empresas para brindar mejores servicios o productos. Un estudio elaborado por la consultora DuckerFrontier indica que la inteligencia artificial en 2030 podría generar hasta un 42% de nuevos empleos en Chile en caso de aprovecharla al máximo e invertir en su desarrollo.
Sin embargo, los apocalípticos podrán mencionar la cantidad de veces que los algoritmos fallaron: en el home banking de una app con ingreso por voz se dieron cuenta que se podía imitar, en una herramienta de vigilancia con sesgos raciales por cuestiones estadísticas o en los autos sin conductores que ya acumulan varias personas atropelladas.
Lejos del dramatismo, Ayanna Howard, investigadora especializada y decana de la Facultad de Ingeniería de Ohio, tiene una respuesta de cara al futuro: diseñar activamente la desconfianza en el sistema. Es decir, robots más inteligentes que sean capaces de activar un plan B. Originalmente, esa capacidad de resiliencia que se presenta como algo excepcional es la imitación de una de las virtudes más valoradas de las personas. Aquí también se ponen en juego los valores, los intereses y la misión de las compañías del rubro en esta etapa de transformación digital.
Hay un ejemplo que representa bien el enredo. La inteligencia artificial en tecnologías de vigilancia discriminaba a un barrio de gente de color en un distrito estadounidense por una cuestión estadística de que eran mayoría en las detenciones. Como solución a eso, también a través de la inteligencia artificial, se creó una herramienta capaz de generar miles de caras para sobrerrepresentar a estas minorías. Sin embargo, surgió un nuevo inconveniente: muchas de estas caras nuevas eran utilizadas para crear perfiles falsos en redes sociales. Siguiendo con esta cadena, algunos ya empezaron a investigar un nuevo desarrollo capaz de detectar estas caras falsas.
La conversación entre “apocalípticos” e “integrados” no es un palo en la rueda para avanzar hacia nuevas tecnologías, sino más bien todo lo contrario: un cruce necesario para exigir que los desarrollos se vayan perfeccionando. Al igual que resolvió Umberto Eco, no hay unos ganadores y otros perdedores, sino que se puede definir con un concepto que acuñó la mencionada Howard: más que inteligencia artificial hay que construir inteligencia humanizada, lo que significa que es motivada por las personas, su experiencia, sus datos y sus valores sociales.
Por Kefreen Batista, Director de Business Hacking Studio de Globant
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