- Texo Original de Alberto Arébalos, Ceo de MileniumGroup tomado de Gazeta Mercantil
Las conferencias de prensa diarias del presidente de EEUU, Donald Trump, están perfectamente coreografiadas para demostrar -al menos para sus más fanáticos seguidores- que el gobierno actúa con profesionalismo, sigue las recomendaciones de sus científicos y nada escapa a la mirada de los expertos ni queda librado al azar.
Pero el gobierno que asumió en 2017 declarando la guerra entre otras cosas a las vacunas -a caballo de la teoría conspirativa ya desmentida por expertos mundiales de que causan autismo- abreva en una más secreta pero posiblemente mayor influencia que la de doctores y científicos: la de pastores y religiosos cristianos que, en su mayoría, no ven con malos ojos un apocalipsis que acelere la segunda llegada de Jesucristo a la Tierra.
Para el lector laico, o normalmente religioso, el párrafo anterior puede parecer exagerado, pero no lo es. Una de las consecuencias de la presidencia de Trump es el auge y creciente influencia de grupos tradicionalmente marginales de la ultraderecha evangélica que son ahora centrales en la Administración estadounidense, incluido uno de sus mas conspicuos militantes, el aecretario de Estado Mike Pompeo.
Trump, a quien nunca se le conocieron inclinaciones religiosas o teológicas en sus épocas de playboy neoyorquino, divorciado serial y deudor recalcitrante, es ahora el centro y eje de un movimiento de profundas raíces antidemocráticas, patriarcal y racista que considera a los Estados Unidos un país cristiano en el que la separación de Iglesia y Estado debería abolirse.
Consciente de su papel cuasi mesiánico -que explica, créase o no, su apoyo sin limitaciones a Israel ya que sus seguidores consideran al país hebreo una pieza esencial en la profecía que prevé le segunda llegada de Cristo-, Trump sabe que esa base electoral es crucial para su supervivencia política y la mantiene con gestos y palabras que se realimentan en el apoyo de esos votantes.
Por eso Trump tenía grandes esperanzas para la Pascua, y de ahí su idea de que en esta “hermosa fecha” las iglesias “estuvieran llenas de gente”, pero algunas cabezas más frías le dijeron que suspender el distanciamiento social para este fin de semana era casi suicida.
Pero el anuncio de una apertura del país y de ver las iglesias llenas de feligreses para este Domingo Santo fueron hechos precisamente para avivar las llamas de ese grupo que, en algunos estados sureños y del Medio Oeste, han recurrido a la justicia para argumentar que el distanciamiento social atenta contra sus “libertades religiosas” en lo que han llamado “la guerra contra la Pascua”.
Es fácil imaginar a un Trump alabado por pastores y religiosos si se cumplía la escena que tenia en mente: el domingo de Pascua, las puertas de las tiendas se abrirían simultáneamente en todo Estados Unidos. Las personas irían a misa, cantarían himnos en "iglesias abarrotadas" y elevarían sus mentes y corazones hacia el Presidente y el milagro que había obrado. Y a la mañana siguiente, Wall Street seguramente resucitaría, como Jesús.
Incluso, según una columna de esta semana en The Rolling Stone, “toda la idea (de reabrir el país este domingo 12 de abril) aparentemente tuvo un origen divino. El Presidente había comenzado a ver la fiesta cristiana como su mejor oportunidad de resucitar sus esperanzas de reelección, con un gran espectáculo, mientras miraba a uno de sus 'asesores de fe', el reverendo Franklin Jentezen de Gainesville, Georgia, predicar online para un vasto santuario casi vacío a mediados de marzo, el domingo que Trump había designado como Día Nacional de Oración para "sanar" del Covid-19.
En uno de sus sermones, Franklin (haciéndose eco y amplificando la idea trumpista de que el SARS-CoV 2 es un virus similar al de la influenza) instó a sus feligreses: "No dejen que la preocupación los ponga en pánico". Después de recordarles que el virus no era rival para "el Dios curativo, milagroso y poderoso al que servimos", Franklin prometió que "ningún arma contra nosotros prosperará".
Fue Trump quien en marzo dijo que para abril el virus desaparecería “como un milagro”, frase que a los oídos de los creyentes tiene un significado diferente que para el resto de los mortales.
Los pastores y telepastores no solo se hicieron eco del mensaje de Trump, sino que lo convirtieron en un peligroso grito cristiano en la era de Twitter y crearon el hashtag "#FaithOverFear" (fe por encima del miedo).
Una de las características del movimiento religioso-político del trumpismo es su excepcionalismo, el creer que son la única fuerza sobre la Tierra, liderada por el exmagnate inmobiliario, llamada a defender la civilización judeo-cristiana del asalto del secularismo, el islam, el homosexualismo y el relativismo cultural.
En este sentido, ese excepcionalismo y la creencia de que Dios protege a sus ovejas aquí en la Tierra, ha llevado a que estos grupos (la mayoría de ellos ubicados en estados del sur y el centrodel país) hayan despreciado o no adoptado medidas de distanciamiento social.
Para ellos no es más que una conspiración de la izquierda y de los medios tradicionales aliados en un complot contra los cristianos evangélicos, y para derrotar a Trump.
Para quienes no entienden la dinámica que lleva a los cristianos y evangélicos a apoyar con fervor al jefe de la Casa Blanca y enfrentar al virus como si fuera parte de un complot político, es bueno recordarles que la periodista experta en religión Katherine Stewart escribió en The New York Times, a finales de 2018: "Todavía creemos que la derecha cristiana es solo un grupo de interés que trabaja para proteger sus valores". No obstante, señaló, "el movimiento nacionalista cristiano de hoy es autoritario, paranoico y patriarcal en su núcleo. No están peleando una guerra cultural. Están atacando de manera directa a la democracia misma. Lo quieren todo. Y en Trump han encontrado a un hombre que no solo sirve a su causa, sino que satisface sus ansias de un cierto tipo de liderazgo político".
No se puede, entonces, subestimar la centralidad del nacionalismo cristiano en la presidencia de Trump, aunque él no pueda repetir ni un solo versículo de la Biblia. “Lo que a menudo se pinta como un matrimonio de conveniencia entre Trump y la derecha religiosa está mucho más cerca de una pareja de amor puro”, afirma en su nota The Rolling Stone.
Por eso no debe sorprender a nadie que tras designar a su vicepresidente Mike Pence al frente de la “fuerza de tareas” para enfrentar la pandemia -un baluarte de la derecha cristiana y conocido por sus inclinaciones anticientíficas-, su primera medida fuera organizar una sesión de rezos y plegarias.
Todavía no se ha escrito en profundidad sobre la influencia de los ideólogos del “fin del mundo” que pueblan e influyen a la presidencia de Trump, uno de ellos el mencionado Pompeo, el vicepresidente y al menos otros cuatro miembros del Gabinete y el jefe de Gabinete Mark Meadows: todos ellos creen y forman parte de una corriente de pensamiento cristiano que sostiene que estamos en el sangriento período final de la historia antes de que Jesucristo regrese para vencer a Satanás.
Si bien los medios de comunicación generalmente usan el eufemismo "cristiano" para describir tales creencias, estas personas son otra cosa, son nacionalistas cristianos que ven la segunda venida del Mesías como un evento en el que Estados Unidos desempeñará un papel de liderazgo gracias a su fundación como nación cristiana.
Todos beben de la idea de que “los elegidos” serán elevados al cielo (El Rapto) antes de que Jesús y sus ángeles desciendan para enfrentar al Mal en el Armagedón final. Como dijo el mismo Pompeo en una iglesia de Kansas en 2015, el futuro parece una "lucha interminable ... hasta el rapto. Se parte de ello".
Ese es el marco ideológico en el que muchas decisiones se toman hoy en la Casa Blanca.
Para aquellos que creen, no estaría de más que se pongan a rezar.
Texo Original de Alberto Arébalos, Ceo de MileniumGroup tomado de Gazeta Mercantil