En los últimos meses se ha oído hablar de las criptomonedas más que nunca, especialmente debido a la prohibición de este tipo de moneda digital en China, uno de sus mercados más dinámicos hasta la fecha. El país asiático se une así a la lista de países en los que las criptomonedas son ilegales, en la que se encuentran también Argelia, Bolivia, Colombia, Egipto, Indonesia, Irán, Iraq, Nepal o el único país europeo donde no se puede operar con ellas, Macedonia del Norte. En el lado contrario, se encuentra El Salvador, que ya usa el bitcoin como moneda oficial desde junio, un paso que parecen querer dar otros países latinoamericanos como Panamá, Argentina, Brasil o Paraguay.
En Europa, según un estudio llevado a cabo por Euronews en agosto entre 31.000 personas, parece ser que los ciudadanos prefieren una regulación nacional con el objetivo de ganar cierta independencia frente al Banco Central Europeo, aunque una inmensa mayoría admite tener poco conocimiento sobre este asunto.
Pero empecemos por el principio. ¿Qué es una criptomoneda? Una criptomoneda es un activo digital que emplea un cifrado criptográfico para garantizar su titularidad y asegurar la integridad de las transacciones. Además permite controlar la creación de unidades adicionales, es decir, evitar que alguien pueda hacer copias como haríamos, por ejemplo, con una foto. Estas monedas no existen de forma física: se almacenan en una cartera digital.
Las criptomonedas cuentan con diversas características diferenciadoras respecto a los sistemas tradicionales: no están reguladas ni controladas por ninguna institución y no requieren de intermediarios en las transacciones. Se usa una base de datos descentralizada, blockchain, para el control de estas transacciones. Según el listado publicado por CoinMarketCap, a día de hoy existen 4.187 criptomonedas, de las cuales, la pionera y más conocida es el bitcoin.
La seguridad es uno de los principios básicos de las criptomonedas. En el sistema bancario, la custodia es única; entre criptomonedas se habla de “custodia distribuida”, un método en el que se genera una confianza a partir de la desconfianza. Es decir, los custodios no confían entre ellos porque cada uno tiene sus propios intereses y eso, precisamente, refuerza la credibilidad.
La volatilidad y el riesgo son también factores que provocan inquietud entre los ciudadanos. Por ejemplo, el pasado 14 de septiembre corrió un bulo que aseguraba que el gigante de la distribución estadounidense Walmart admitiría la criptomoneda Litecoin como medio de pago en sus supermercados. En minutos, el valor de la criptomoneda se duplicó, a pesar de que el anuncio no procedía de fuentes oficiales. En cuanto Walmart desmintió la noticia, el valor de Litecoin se hundió. Una situación como esta en los mercados regulados está penada, pero al no existir organismos de control para las criptomonedas, es complicado que esta acción tenga consecuencias.
En septiembre de este año, los criptoinversores pusieron una media de 263 dólares en cuentas relacionadas con criptomonedas, frente a los 250 dólares de media que han dedicado a inversiones tradicionales, según un estudio de la plataforma Cardify. De hecho, según ese estudio, este año casi un cuarto de las inversiones está dedicada a las criptomonedas, frente al 5% que se dedicó el año pasado. Y son los inversores noveles los más interesados en este fenómeno: el 70% de los que han invertido en criptomonedas, según ese estudio de Cardify, llevan invirtiendo menos de un año y no se consideran expertos en activos digitales ni tienen un conocimiento claro sobre qué son las criptomonedas.
Y, precisamente para que este tipo de mercados pueda tener éxito, es fundamental que exista un organismo que sea capaz no solo de controlar lo que ocurre, sino que persiga la malversación o la delincuencia que se realiza a través de las criptomonedas, no sólo blanqueo de capitales, sino evasión fiscal o, incluso malware de criptominado, un tipo de código malicioso diseñado para secuestrar el procesamiento inactivo del dispositivo de una víctima y usarlo para extraer criptomonedas.
Pero también debería atender a cuestiones medioambientales. De hecho una de las razones por las que se supone que China ha prohibido las criptomonedas es por el uso intensivo de electricidad necesaria para minarlas. Y según un informe sobre basura electrónica, bitcoin produce los mismos residuos electrónicos que un equipo informático completo, que medio iPad o que 1,5 iPhones y para realizar una transacción con esa criptomoneda se necesita el consumo eléctrico equivalente a una casa durante dos meses.
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